Finalizado el segundo año de la administración Piñera, las tendencias que tímidamente se insinuaron en los inicios de su gobierno han adquirido una presencia más visible y estable. La estrategia gubernamental, que tempranamente caracterizamos de "presidencialismo plebiscitario", tuvo sus mayores éxitos durante el primer año de gobierno, pero comenzó rápidamente a declinar en este segundo período cuando la aprobación presidencial llegó a pobres niveles de aceptación y altos grados de desaprobación. De igual forma, la conformación de un Ejecutivo técnico dejó rápidamente paso a figuras de mayor tonelaje político y la inicial homogeneidad ideológica y política de la Coalición para el Cambio -reducida en la práctica a la Alianza- se pulverizó, reapareciendo las viejas fisuras tectónicas entre dos derechas ideológicamente irreconciliables.
En este contexto, la dinámica política durante este segundo año generó crecientes tensiones al interior y entre las fuerzas de apoyo al régimen. Esto se tradujo en mayores niveles de ineficiencia en la resolución de problemas nacionales y sectoriales, tanto de agenda como emergentes. Frente a este embotamiento político, las movilizaciones sociales -políticamente transversales- pusieron en jaque al Ejecutivo, el que finalmente mostró su cara más autoritaria al reprimir a los manifestantes con un uso excesivo de fuerza, para luego acceder a sus peticiones.