La elección de Sebastián Piñera, más allá de la crisis en que inicialmente sumió a la Concertación, podría tener consecuencias políticas más amplias. De acuerdo a las primeras señales entregadas por el ejecutivo en estos primeros seis meses de gobierno, en vez de una refundación del país o de la derecha, estaría intentando crear las precondiciones para una amplia restructuración del sistema de relaciones políticas en torno a su propio liderazgo. Su insistencia en que la transición ha terminado sería parte del esfuerzo para crear el espacio adecuado a tal redefinición
Esta postura estaría apoyada en dos hechos principales. Primero, por que al contar con escasos cuatro años de gobierno y sin mayoría parlamentaria -lo que le impedirá introducir profundas y significativos cambios sistémicos-, el Presidente ha enfatizado los llamados a la unidad nacional y a una democracia de los acuerdos. Segundo, por que en este marco de restricciones se ha visto obligado a continuar con las políticas concertacionistas. Su propuesta de campaña, reforzada en el mensaje, enfatizó “una nueva transición para construir un país desarrollado, sin pobreza y con verdaderas oportunidades de igualdad, cualquiera que sea la cuna”, horizonte estratégico en nada incompatible con el camino pavimentado durante veinte años de gobiernos concertacionistas. A estas está intentando agregarles valor a través de una nueva y mejor forma de gobernar -reiterada 66 veces en su primer mensaje presidencial- empapada de un obvio sesgo empresarial tendiente a abrir nuevos y más amplios focos de renta y lucro privado.
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